Introducción

"Escribo porque tengo que hacerlo, porque la escritura llega, no todo el tiempo y no muy seguido. Tiendo a escribir por rachas, entre meses en los que no escribo nada. ¿Tiene la poesía algún propósito? No, excepto el de satisfacer la necesidad del escritor. Pero la sociedad sería de lo más pobre si la poesía no existiera."

Nota: este párrafo no se me atribuye a mí, es de un escritor, pero no recuerdo su nombre.

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domingo, 29 de agosto de 2010

El Tormento De Delilah

Estaba tarde y era oscuro, Delilah no recordaba qué hora era, ni en qué momento su mundo se derrumbó.

Delilah, que una vez fue feliz, no entendía en qué instante acabó el presente.

Delilah era una persona singular, una perla dorada, una rosa púrpura.

Su mundo estaba hecho pedazos, y ella no comprendía, nunca se imaginó lo que sería la agonía.

Delilah tenía frío y estaba sola, en su lecho de muerte, ahogándose, undiéndose, muriéndose, la tristeza la había destrozado.

En su último aliento, Delilah le rezó a un cometa para que le permitiera salir y volar lejos de todo eso.

El cometa se conmovió co el brillo de sus lágrimas, nunca había apreciado un destello mayor, ese llanto era puro.

A partir de esa hermosa lluvia que caía de sus ojos, el cometa creo un precioso paisaje sólo para ella; un divino bosque con un lago oscuramente misterioso, que al reflejar la luna le contaría todas las historias más fascinantes de la raza humana. Podría correr y jugar con todos los animales, o quedarse en el pasto contando las estrellas.

Pero Delilah no sería feliz con eso. Tanta belleza era demasiada como para no tener con quién compartirla, así que el cometa la llamo insolente y desagradecida, y la devolvió a su vida mísera como castigo.

Delilah no se quejó.

Delilah no se sintió triste.

Delilah experimentó lo que es bañarse en azufre en su propio pedazo de infierno.
Delilah derrochó agua hasta que sus córneas se secaron por completo.
Sollozó, gimió, lloró, y volvió a empezar.
Y después, cuando no podía llorar más, su alma siguió chillando, y aunque no salían más lágrimas, el sudor y la sangre las reemplazaron.
Diez. Cien. Mil. Cienmil. Un millón y más agujas se clavaban en ella y la anestesiaron hasta que ya no podía sentir más dolor.

Delilah no fue feliz,
Delilah no fue triste.
Sin pena ni gloria,
Delilah murió,
Y su cadáver caminó,
Hasta que su corazón sucumbió.
Y muerta en vida se quedó,
Hasta que su ira explotó...





De lo que después sucedió,
Nadie nunca se enteró...

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