Una lámpara.
La metáfora más brutal que he visto en mi vida.
Una lámpara representa el mundo entero de una manera sencilla: Ésta genera luz, pero detrás de ella siempre debe haber oscuridad.
La rabia.
La rabia junto con la envidia y emociones negativas han sido combatidas por gente en la humanidad diciendo: "Deja las buenas cosas entrar en ti." Yo pienso que es cierto, y éstas emociones sólo hacen daño a quien las siente, pero por más que se luche por detenerlas, la humanidad no puede escapar.
Emociones como la rabia son necesarias en nuestro estilo de vida, ya que somos un ser que no es capaz de comprender la felicidad sin algo contrario de lo qué diferenciarlo. El ser humano está perdido y solo, es un animal ciego, sin rumbo, y para poder ver la luz, necesita asegurarse de que exista la oscuridad. Por otra parte, sí es capaz de ver a la oscuridad sola, e imaginarse que no existe ninguna iluminación.
Es una maldición.
El ser humano está maldito.
Es casi como si aquél que nos creó hubiera puesto esta paradoja de la luz para recordarnos el hechizo que puso sobre nosotros: “Nunca podrán ver luz que no tenga oscuridad.“ Además de todo, como necesitamos oscuridad para ver luz, no tenemos la capacidad de crear luz sin oscuridad, y ése, ese pequeño defecto de diseño es el que ha causado la mayor parte de la destrucción del ser humano, ése simple error de cálculo en el trabajo. Pero sólo piénsenlo, ¿sería posible reconocer cuándo se está feliz si siempre se está feliz? No lo creo. La otra deuda que me invade es: ¿Si encontráramos una manera, sería posible ver la felicidad sin necesidad de tomar el puente de la amargura? No lo sé, y probablemente nunca lo sabré.
Nuestra necesidad por sufrir se ve reflejada desde que somos pequeños. En una edad temprana, somos capaces de llorar casi por lo que sea, ¿por qué? porque así lo deseamos. La prueba es que más adelante en la vida, cosas que nos podrían herir cuando somos pequeños no nos afectan después. Si un niño quiere helado, pero sus padres deciden no dárselo, es muy probable que el niño rompa en lágrimas tal como si un hombre adulto descubre que su esposa lo engaña desde hace 15 años, ¿a ese hombre adulto le importará no comer helado en un día? Para nada, tiene mejores cosas de qué preocuparse, en cambio, al niño sí porque necesita esa pequeña dosis de sufrimiento para poder recibir la verdad.
En un mundo tan subjetivo como este, todo tiene mil callejones y mil finales, y es la persona misma la que decide si necesita pagar con sufrimiento para ser feliz.
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